ASESINATO DE VEINTE
NIÑOS Y UN DILUVIO DE ORACIONES
Chencho
Alas
El pasado 14 de Diciembre será
recordado en la historia de los Estados Unidos como uno de los días más
trágicos. Adam Lanza, un joven de 20 años de edad, vestido con uniforme negro y chaleco militar
portando un fusil de asalto y dos pistolas, entró a la Escuela Primaria Sandy
Cook de la ciudad de Newtown, estado de Connecticut, y mató a 26 personas entre
ellas a 20 niños de cinco a diez años de edad. Antes de cometer esta masacre,
Adam había matado a su madre quien era la dueña de las armas. El dolor y la
angustia cubrió como un manto negro a la pequeña ciudad del noreste de los
Estados Unidos. El último crimen cometido en esta zona había sido perpetrado diez
años antes, lo que indica que Newtown era una ciudad que gozaba de mucha tranquilidad.
Adam, un joven introvertido, quien sufría de autismo, -incapacidad de
interacción social, tendencia al aislamiento y estereotipias- era hijo de una
pareja que se divorció el año 2009 quedando la madre al cuidado del joven. La
misma madre sufría también de conductas poco normales, entre ellas, su amor enfermizo
por las armas. Lo sucedido el pasado viernes es el fin de una triste historia
que nos revela lo inútil que resulta para prevenir casos de aislamiento y
alienación social cuando la familia no está unida, cuando los diferentes
miembros de una familia no colaboran para darse apoyo entre si, sobre todo con los
más débiles, aquellos que se encuentran en una situación de desventaja
psicológica, física o ambas.
La reacción a nivel de Estados Unidos y de mayoría de países no se
hizo esperar. Era normal. La masacre de 20 niños de cinco a diez años de edad
impacta necesariamente a cualquier ser humano, sobre todo si se tiene en cuenta
que esta es la mayor masacre de infantes registrada en la historia de este
país. Una de las manifestaciones más continua ha sido la necesidad de orar, el
volverse a la oración como medio de enlace con lo divino y con el recto orden
en el cual estamos supuestos vivir. El llamado a la oración ha sido común para
quienes se oponen al uso de armas como para los que están a su favor, lo que me
lleva a preguntarme ¿cuál es el sentido y función de la oración?
La oración no es un simple sentimiento o emotivo movimiento del
corazón o la conciencia a Dios para pedirle algo o ponerse en sus manos. La
oración es una aventura y un compromiso. Implica en su misma esencia en algunos
casos el agradecimiento y en otros el pedir perdón o la voluntad de cambio. En
el caso que nos ocupa creo que la oración demanda de nosotros el pedir perdón y
el compromiso de cambio. ¿Cambio de qué? Cambio de mentalidad, de actitud,
respecto a las normas que rigen la producción, la compra y el uso de armas. El
ciudadano de los Estados Unidos cree que tiene todo el derecho a poseer armas y
hacer uso de ellas sin ninguna interferencia de leyes que le puedan poner
barreras. Un arma de guerra, un rifle semiautomático, una pistola se encuentran
en el mismo nivel respecto al derecho de su posesión y uso. Existen 3,500.000
de armas en los hogares de este país.
¿Tiene sentido recurrir a la oración cuando repetidamente se dan estas
masacres en este país o en cualquier otro país? Me parece que no. La oración nos
exige cambio y compromiso para ponerle paro a dicha violencia, para cambiar las
leyes, para educar en valores y principios que protejan la vida, para no hacer
de los asesinos héroes de películas, de juegos animados y de periódicos.
Mientras no se respete este compromiso, la oración es un simple babear
o un velo que nos cubre la hipocresía de nuestros sentimientos, de nuestras
emociones, de nuestra manera real de pensar. Cuando Barak Obama y su gente
invoca a Dios en casos como este, ello supone la voluntad de cambiar las leyes
que rigen a los Estados Unidos respecto a la fabricación, comercialización y
uso de las armas. ¿Habrá cambios esta vez o se dejará para un mañana que no
tiene fecha en los anales de la historia?