A propósito del Autor: Jorge, un gran amigo cubano, es profesor universitario, periodista, filósofo e historiador. La riqueza de su pluma de escritor es admirable. Le he pedido permiso para publicar algunos de sus artículos. Le van a ayudar a reflexionar. Chencho
UNA OPORTUNIDAD PERDIDA
Jorge Gómez Barata
El
pasado jueves, ante la captura y posterior asesinato del ex líder libio Muammar
al-Gaddafi, Barack Obama, presidente de los Estados Unidos y candidato incumbente
para un segundo mandato perdió la oportunidad que ninguna persona sensata debe desperdiciar:
quedarse callado.
Esta
vez no se trató de la captura de un adversario por un ejército en campaña ni de
masas enardecidas que clamaban justicia, lo que el mundo presenció fue una
grotesca e incivilizada estampa en la cual turbas enardecidas despedazaban a un
hombre herido e indefenso. He tratado de encontrar otro momento de desenfrenada
violencia para comparar lo que he visto y no lo encontré.
Frente
a lo presenciado, las ejecuciones en la guillotina en la Francia de 1789, el
asesinato de la familia real rusa, el ajuste de cuentas con Mussolini y la
ejecución extra judicial de Osama Ben Laden, parecen anécdotas triviales.
Recuerdo
ahora a los criminales nazis que en Núremberg tuvieron derecho al debido
proceso al cual asistieron acompañados por edecanes y fueron al cadalso
ataviados con sus uniformes, luciendo sus condecoraciones y en la última hora estaban
asistidos por sacerdotes o pastores que les ofrecieron la oportunidad de
redimir sus pecados.
La
muerte del caudillo no se produjo en los Estados Unidos, que se sepa no
involucró directamente a ningún norteamericano y como ha sido a lo largo de la
intervención en Libia; Obama no estaba obligado a hablar y el trabajo sucio
pudo haber sido encomendado a la OTAN y a su Secretario General Anders Fogh Rasmussen que muestra buena
disposición para tales ejercicios.
No
obstante, con una incontinencia verbal que comienza a caracterizarlo, el
presidente norteamericano, que pudo haber despachado el asunto por medio de un
vocero o de un comunicado, convocó a la prensa a la Rosaleda de la Casa Blanca,
un jardín más bien bucólico, utilizado sobre todo para recepciones, bienvenidas
y momentos felices, para confirmar la muerte del libio vencido.
En un
acto que probablemente le proporcione algunos votos pero que lo acompañará como
un lance históricamente desafortunado, Obama aprovechó para lanzar amenazas y
advertencias, que también salieron sobrando.
Ninguno
de los grandes líderes norteamericanos ni sus más brillantes presidentes habían
descendido a cumplir semejantes cometidos y mucho menos a cohonestar actos de
semejante barbarie.
Si
hubiera servido para concluir un episodio de inaudita violencia y barbarie, la
muerte de Muammar el Gaddafi tal vez habría valido la pena; la mala noticia es
que la demencial estampa que hemos presenciado, no concluye nada, sino que
inicia una era signada por mayores incertidumbres y sufrimientos para el pueblo
libio. “La idea de que la justicia es válida cuando acude a la receta de ojo por ojo y diente por diente,
conduce a un mundo de ciegos y desdentados”. Allá nos vemos.
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