Thursday, January 26, 2012

ASESINAR CIENTÍCOS NO IMPEDIRA LA GUERRA




ASESINAR CIENTIFICOS NO IMPEDIRÁ LA GUERRA


                Jorge Gómez Barata

Publicación Original en MONCADA

Asesinar científicos, enviar judíos a las cámaras de gas en nombre de la raza o echar al ruedo de los leones a hombres por su fe, son actos de barbarie que avergüenzan la condición humana. Cuando tales crímenes son cometidos por estados que disponen de recursos y poderes inmensos, hay razones para dudar de que haya valido la pena dejar las cavernas. Las muertes a manos de terroristas de científicos iraníes se suman a los actos más abominables de que haya registro.

Bajo ningún concepto puede aceptarse que se acuda a semejantes procedimientos para impedir que aquel o cualquier otro país obtenga el arma nuclear u otra. Habría que haber matado también a Alfredo Nóbel, inventor de la dinamita, a Albert Einstein, a Samuel Colt y sobre todo a Mijaíl Kalashnikov. La técnica no es buena ni mala y las armas tampoco, todo depende de su utilización. Detener la carrera nuclear y avanzar hacia el desarme atómico son prioridades de las cuales probablemente dependa la supervivencia de la especie, pero como cualquier otro cometido histórico, el fin no justifica los medios. 

Cuando en los años cincuenta, como parte de la histeria macarthista, en  Estados Unidos, se generalizó el debate por la filtración de secretos nucleares no sólo a la Unión Soviética sino a potencias occidentales aliadas y el presidente Dwight Eisenhower daba pasos para detener la proliferación, Robert Oppenheimer, un joven físico a quien circunstancias fortuitas convirtieron en padre de la bomba atómica estadounidense fue interrogado por el Comité de Actividades Anti norteamericanas; allí fue categórico: “La Física no puede ser convertida en secreto…”

En los años sesenta, poco después de la Crisis de los Misiles en Cuba, el presidente Kennedy estimó que en alrededor de veinte años podían existir 50  o más países con bombas atómicas lo cual, desde cualquier punto de vista es francamente aterrador.

Aquella presunción, fundada en hechos reales, fue lo que dio lugar a que en medio de la Guerra Fría, la no proliferación nuclear se convirtiera en la única área de consenso entre las superpotencias. Como parte de tales esfuerzos en 1957 se creó la Organización Internacional de la Energía Atómica y en 1968 se alcanzó el Tratado de No proliferación Nuclear, instrumentos que si bien no han detenido completamente la carrera de armas atómicas, la han moderado.

Aunque con defectos, las alertas y las acciones concretas de las potencias y la ONU, para impedir la proliferación nuclear, unidos a la prédica sobre el desarme y al desarrollo del movimiento pacifista y anti armas nucleares, han resultado eficaces logrando que de unos 60 países que tienen posibilidades económicas, científicas y tecnológicas para producir armas nucleares, nueve lo hicieran; a lo cual se une la existencia de continentes —América Latina, Oceanía y Africa— libres de armas nucleares.
 
Si bien en los años sesenta hubo un extraordinario entusiasmo por la energía nuclear que fue considerada como una opción viable, incluso para países pobres y de escaso desarrollo económico e industrial y cuando aquella perspectiva derivada de un optimismo infundado, creó en algunos la ilusión de acceder también a las armas atómicas, en los años setenta, ochenta y noventa, la mayoría de las naciones del planeta renunciaron a alguno de esos cometidos, incluso a ambos.

Hoy día, luego de las experiencias de los accidentes nucleares en las plantas atomoeléctricas de Three Mile Island (1979) en Estados Unidos, Chernóbil (1986) en la Unión Soviética y más recientemente Fukushima en Japón, a lo cual se suman los diferendos y conflictos nucleares de occidente, principalmente Estados Unidos con Irak, Corea del Norte e Irán, han convertido la cuestión nuclear en una opción tanto en el orden civil como militar, desacreditada.

El hecho de que casi veinte países, entre ellos, Suecia, Noruega, Australia, Argentina, Brasil y Sudáfrica e incluso Libia, cuando era gobernada por Gaddafi, renunciaran a programas nucleares de perfil militar y la realidad de que hoy, excepto las sospechas de Estado Unidos e Israel respecto a Irán, no existe ninguna nación interesada en desarrollar las armas nucleares, constituye un triunfo de la razón.

Tener armas nucleares no hace más fuerte a ningún Estado, sino que por el contrario, automáticamente lo convierte en adversario y en blanco de otras potencias igualmente dotadas.

“La carnicería selectiva” en las calles de Teherán como parte de la cual tres científicos nucleares iraníes han sido asesinados, difícilmente detengan los planes de Irán, aunque es seguro que no beneficiará a Israel; sino todo lo contrario. Hacer que una nación y un proyecto político como el que originalmente dio lugar al Estado Judío carguen con semejante baldón, es contraer una deuda histórica difícil de saldar. La muerte de hombres de ciencia no acerca la paz, sino que la alejan y pueden hacerla imposible. Allá nos vemos.

La Habana, 17 de enero de 2012

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