Este artículo de Jorge es una valiosa síntesis de la historia y dinámica de los grandes movimientos sociales y políticos de los últimos dos siglos. Chencho
ILUSIONES RECICLADAS
Jorge Gómez Barata
La crítica de la izquierda europea de hoy alude al desempeño del
capitalismo, no a sus esencias. No será con apreciaciones subjetivas y
excesivamente optimistas que parten de premisas probablemente erróneas acerca
de una presunta revolución anticapitalista como se profundizará la conciencia
política de las masas; sino que puede ocurrir lo contrario. En política nada es tan desmovilizador como
las decepciones y las expectativas no cumplidas.
Sobrevalorar coyunturas y actores y forzar interpretaciones para
atribuir un desmesurado papel en los procesos políticos globales a fenómenos
como el de “Los indignados” en lo que algunos quieren percibir una expresión de
“lucha de clases”, un movimiento anticapitalista y los albores de escenarios revolucionarios
en escalas que no existen, lejos de contribuir al desarrollo político de los
pueblos, puede obstaculizarlo. Las lecciones de la historia están a la vista.
Nada caracterizó mejor a la Europa de los siglos XIX y XX que las masivas,
enérgicas y fundamentadas luchas obreras; así como el auge del socialismo y el
comunismo. En respuesta a demandas reales surgió el Manifiesto Comunista (1848),
el documento político de mayor calado de la época, se creó la Asociación
Internacional de Trabajadores (1864), hasta hoy la organización obrera mundial
más relevante y autentica y tuvo lugar la Comuna de París (1871), el primer
ensayo de gobierno popular.
Como parte de aquel mismo proceso surgieron los sindicatos modernos y los
partidos obreros socialistas de matriz inequívocamente marxista, llamados
socialdemócratas y bajo la influencia del papa León XIII contemporáneo con Marx
y autor de la encíclica Rerum Novarum, hasta hoy el documento político más
importante de la Iglesia católica, se fundó el movimiento socialcristiano y en
1889, Centenario de la Revolución Francesa se constituyó la II Internacional.
Acogido por las fuerzas y las vanguardias políticas europeas, a pesar de
la ferocidad conque fue confrontado por la reacción que lo demonizó, en un
periodo brevísimo, el marxismo, la más ilustrada critica al capitalismo y sus
propuestas estratégicas se difundieron por todo el mundo, propagándose por
Europa, Asia, Iberoamérica y los Estados Unidos.
Por esos caminos, asociado con situaciones coyunturales especificas de
Rusia de principios del siglo XX y el liderazgo de Lenin, que realizó una
ciclópea labor de propaganda socialista, convirtió aquellas ideas en hechos de
masas y en movilización política que condujeron al triunfo de los bolcheviques
en 1917, al proclamado inicio de la construcción del socialismo en la Unión
Soviética, empeño que con particularidades se desplegó también en China y
Europa Oriental.
En un momento crítico de aquel proceso ideológico y político,
caracterizado por más de 100 años de ascenso prácticamente ininterrumpido del
movimiento político de masas, se produjo un evento político inesperado y
negativo cuya magnitud logró revertir los avances alcanzados en un siglo de
luchas revolucionarias; se trató del stalinismo que dio lugar a un sin número
de tendencias negativas que al combinarse con la hostilidad imperialista,
dieron al traste con la Unión Soviética y con el socialismo real, que en su
caída arrastró a la izquierda tradicional europea, asiática y latinoamericana.
Mientras que, superado el período fascista, en la Unión Soviética ciertas
corrientes del partido comunista fracasaban al impulsar reformas para deshacerse
de la rémora stalinista y no sólo dejaron sin resolver los problemas acumulados,
sino que generaron otros; en el occidente europeo, floreció un extraordinario
movimiento obrero formado por poderosas organizaciones sindicales asociadas a
los no menos influyentes partidos comunistas, socialdemócratas y
socialcristianos, proceso que con matices y escalas propias alcanzó a Iberoamérica
y los Estados Unidos.
Como si hubiera existido un conjuro diabólico, en
cuestión de meses, los partidos de izquierda y las centrales obreras integrados
por millones de afiliados, simpatizantes y activistas que en prácticamente toda
Europa Occidental eran capaces de movilizar a decenas de millones de
trabajadores, paralizar mediante huelgas a ramas y países enteros, retar
electoralmente a la derecha e imponerle condiciones a los gobiernos y a los
capitalistas, desaparecieron sin dejar apenas rastro.
En la medida en que no han existido fuerzas
políticas avanzadas capaces de reflexionar sobre todos esos procesos y extraer
de ellos conclusiones certeras, la humanidad se enfrenta a un período de crisis
globales, sin herramientas teóricas, experiencias prácticas ni referentes
históricos que le permitan forjar sus organizaciones y sustanciar su quehacer;
de ahí que cierta izquierda, que
no ha logrado ella misma deshacerse de los enfoques tradicionales, intente
aplicar su envejecida conceptualización a expresiones nuevas porque obedecen a
realidades inéditas.
No debe dejar de anotarse que la existencia
de elementos aislados que reivindican la certidumbre de algunos enfoques de
Carlos Marx, no significa una conversión, sino un reconocimiento a la
viabilidad del método y la aceptación de ciertas afirmaciones acerca del
funcionamiento del capitalismo y no una tendencia a compartir sus conclusiones políticas.
Es demasiado pronto para alentar resultados y
demasiado peligroso levantar expectativas que pueden conducir a nuevas
decepciones. Orientar a las masas no implica necesariamente festejar sus
tendencias espontaneas no pocas
veces hijas de la desesperación y del desconcierto. Allá nos vemos.
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