LA MADRE DE LAS CRISIS
Jorge Gómez Barata
Las élites saben que la única opción para restablecer la paz social en
Europa y los Estados Unidos es retomar la prosperidad y la bonanza económica,
el problema es cómo lograrlo cuando falta consenso para hacer lo necesario.
La frustración generada por la combinación de estancamiento y retroceso
económico, las políticas de austeridad, el intervencionismo estatal y el establecimiento
de regímenes más o menos autoritarios provoca una ruptura de la cohesión social
que confiere a la crisis que afecta a varios países desarrollados una entidad
de difícil pronóstico. El empobrecimiento, las reivindicaciones violentas y la tentación
a la represión son los mayores peligros.
Para lidiar con una situación de la naturaleza y la escala de la crisis que
padecen la mayoría de los países de la zona euro y algunos ex socialistas, se necesita
una capacidad para unir que no existe ni es posible restablecer a corto plazo.
No se trata sólo de la falta de liderazgos solventes, sino también del debilitamiento
de la gobernanza, fenómenos que comienzan a manifestarse también en los Estados
Unidos.
Aunque circunstancialmente factores como el liderazgo o una labor
ideológica eficaz en torno a consignas o promesas pueden alterar la regla, la
base del consenso social es la economía. Las sociedades prósperas u opulentas y
aquellas con oportunidades para las mayorías y en las cuales se aplican
políticas sociales inclusivas y avanzadas suelen ser sociedades razonablemente unidas.
Eso explica los ambientes políticos que comienzan a abrirse paso en Argentina y
Brasil y que contrastan con las tensiones que viven países como Chile.
El espectacular avance de la Unión Soviética en los años 30 cuando,
incluso en las deplorables condiciones del stalinismo, la producción industrial
se duplicó en diez años, se explica por un alto grado de metas compartidas, cosa
que también fue visible en los Estados Unidos durante la Gran Depresión y la II Guerra Mundial, que permitió a Roosevelt reelegirse en tres
oportunidades y permanecer 12 años en la Casa Blanca y es de alguna manera
visible en China donde el estimulo material y las expectativas de progreso
económico que anuncian la posibilidad de vivir en una “Sociedad socialista
moderadamente acomodada” es la motivación que sostiene sus espectaculares
ritmos de crecimiento.
En la época actual cuando trascurre el Tercer Milenio de la Era
Cristiana, cuando las sociedades europeo occidentales se habituaron a vivir en
paz, con razonable solvencia económica y bajo regímenes liberales, resulta
difícil retroceder para acatar los llamados a apretarse el cinturón y
prescindir de un bienestar que aunque lejos de la pobreza tercermundista,
reduce los estándares de las sociedades de consumo; al propio tiempo que la
permisividad es sustituida por regímenes cada vez más autoritarios y menos
democráticos.
Fracturada por la crisis económica que por gravedad se desplaza hacía
los ámbitos políticos y sociales, la pérdida de la cohesión social que agrava e incluso puede hacer insoluble la
crisis, ha comenzado a manifestarse intensamente en los Estados Unidos, donde
el proceso electoral en marcha acentúa las divisiones.
Por factores consustanciales al capitalismo, ante graves tensiones que
incluso pueden llegar a amenazar el orden establecido, las élites no deponen
sus contradicciones ni desarrollan capacidades de convocatoria que les permitan
sumar a las masas a una especie de esfuerzo nacional, habilidad que como se ha
evidenciado en España, Grecia e Italia ha perdido la izquierda europea. En esos
países no ha aparecido una figura como la de Perón, ni tampoco alguna como Lula
o los Kirchner, capaces de ponerse al frente del país, unirlo y conducirlo.
A las complejidades de la situación global se añade el hecho de que, por
razones conocidas, los procesos económicos, políticos o culturales que tienen
lugar en Estados Unidos suelen propagarse con rapidez y fuerza por todo el mundo,
principalmente por otras naciones desarrolladas. A sus efectos reales se suma
la capacidad de contagio que la movilización de amplios sectores populares en
Norteamérica puede alcanzar, incluso con riesgo de convertirse en pandemia.
La sociedad norteamericana que nunca se ha caracterizado por su accionar
colectivo y que probablemente sea la menos igualitaria del planeta pero, que en
razón de oportunidades económicas y sociales reales y el reflejo de estos
fenómenos en la ideología imperante, era también de las menos divididas, ha
comenzado a atomizarse ante el auge de la pobreza y las desigualdades, agravada
por la incapacidad de la administración Demócrata para aplicar su programa y
por la extensión de prácticas neoliberales.
Si bien el desfavorable status de cada uno los factores: económicos,
políticos, militares, energéticos, ambientales, sociales, ideológicos y de todo
tipo que forman la situación internacional contemporánea es de por si
preocupante, la incidencia del conjunto sobre la cohesión social y la
gobernabilidad dan lugar a la madre de todas las crisis. Allá nos vemos.
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