EL FUNDAMENTALISMO
RELIGIOSO
Chencho
Alas
Es costumbre del Papa actual,
Benedicto XVI, invitar a periodistas para que le acompañen en sus viajes
internacionales. La semana pasada el Papa viajó al Líbano y conversó con los
señores de los medios de comunicación. Uno de ellos le preguntó acerca del
fundamentalismo y la violencia en el Medio Oriente. La respuesta del Pontífice
fue muy clara: “El fundamentalismo es
siempre una falsificación de la religión y va contra el sentido de la religión
que invita a difundir la paz de Dios en el mundo… Debemos respetarnos los unos
a los otros… El mensaje fundamental de la religión debe estar contra la violencia,
que es una falsificación como el fundamentalismo…”
Un amigo me invitó a
almorzar en un restaurante de comida rápida y dos médicos cardiólogos nos
vieron y nos pidieron compartir la mesa. Uno de ellos, antes de sentarse, nos
lanzó la siguiente pregunta: ¿Qué piensan ustedes del fundamentalismo musulmán?
De inmediato intervine y le dije: “El fundamentalismo no es algo propio del
Islam, lo encontramos en todas las religiones como una enfermedad que carcome
la fe verdadera de los creyentes. Lo tenemos también entre los cristianos.” Eso
bastó para que cambiáramos de tema.
Hace algunos años
acompañaba a delegaciones de estudiantes universitarios judíos que llegaban al
Bajo Lempa para acompañar a las comunidades campesinas organizadas en la
Coordinadora del Bajo Lempa, ubicada del lado de Usulután. Después de
participar con las familias en las labores del campo y una vez cenados, se
dedicaban a estudiar la Torah, los cinco primeros libros de la Biblia. A veces
se quedaban hasta la medianoche. Me gustaba acompañarlos. Algunos defendían con
mentalidad muy liberal determinados temas de sus libros sagrados; otros se
aferraban a la letra, muy rigurosos en la interpretación de los textos cayendo
así en el fundamentalismo sionista. El fundamentalismo es justo eso, la lectura
al pie de la letra de textos sagrados sin tener en cuenta el contexto de los
mismos. Solo en el contexto encontramos su verdadera interpretación.
Algunas noches,
comenzando a las dos de la mañana, el pastor evangélico de una comunidad vecina
a Ciudad Romero iniciaba sus arengas leyendo los textos de la Biblia que más le
convenían, lo que le permitía lanzar a los católicos al infierno “hasta con
pasadita de tipo” y ofreciéndole a los seguidores el cielo como si fuera su
propiedad privada. Ponía los parlantes a todo volumen, lo que hacía imposible
dormir. En una ocasión fui a la policía y uno de los agentes me dijo que estaba
en su derecho el predicar. Muy bien, le respondí, pero no tiene derecho a
perturbar el descanso de tanta gente. Amenacé denunciarlo ante el juez y
entonces cambió de opinión; fue al pastor y le pidió que no usara las parlantes
a esas horas.
El fundamentalismo es
una enfermedad de las religiones que las ataca y las vacía de contenido, las
falsea. Desde luego, su origen no está en la religión misma sino entre los que
la practican; personas que sufren de desequilibrios emotivos que los lleva a
imponerse a los demás, a violentar el derecho ajeno y muchas veces a buscar la
muerte del otro, de aquel que no piensa como él, de quien no acepta su fe como
él la concibe. El fundamentalismo religioso es mucho más peligroso cuando se
mezcla con posiciones políticas agresivas. Eso es lo que estamos viendo en el
Medio Oriente, pero también se da entre nosotros los cristianos.
Cuando llegué a
Suchitoto para ejercer mi trabajo pastoral nombrado por Mons. Chávez y González
el año de 1968, lo primero que hice fue pedirle al sacristán que quitara los
altoparlantes de la fachada de la iglesia. El se sorprendió y me dijo que no
podía hacerlo porque el párroco anterior los había puesto y el pueblo los
quería. Me obedeció con disgusto. ¿Qué derecho tiene la Iglesia Católica o las
otras iglesias a perturbar el descanso, el silencio o las creencias de los
demás? ¿Por qué voy a imponer una fe o una manera de vivir la fe al otro? Si
quiere escucharme, que venga conmigo o que vaya a la iglesia que él o ella
decida. La libertad religiosa es sagrada, es tan sagrada como la religión que
alguien practica. Solo en la libertad se puede alabar a Dios.
Juzgo que deberían de
darse leyes aboliendo el uso de parlantes fuera del ámbito de templos e
iglesias. Sé que si se hace, habrá resistencias. Una señora bautista del Bajo
Lempa vino un día hacia mi y me dijo: “Estoy feliz que ya vamos a tener
nuestros parlantes para predicar el evangelio a nuestra comunidad”. Yo les
respondí: “Señora, eso es horroroso, ahora van a haber tres iglesias
compitiendo con los volúmenes de sus parlantes”. Ella me dijo: “Tenemos
obligación de predicarle a la gente que no viene a nuestro templo el evangelio
para que no se condene, si no lo hacemos, se van al infierno.”
¡Hasta el cielo y el
infierno se han convertido en propiedad privada!