LOS PARIENTES POBRES DEL EURO
Jorge Gómez Barata
Además
de ser los más pobres de Europa Occidental, España, Grecia y Portugal tienen en
común ser los países donde el sistema político evolucionó menos. Las oportunidades
perdidas, tienen nombres y apellidos: Borbones en España, Habsburgo y Braganza en
Portugal, Glücksburg en Grecia y luego: Franco, Oliveira Salazar y Georgios Papadopoulos.
Se
trata de la Europa ultraconservadora cuyas elites políticas, en lugar de
aprender de la Revolución Francesa y del triunfo bolchevique los confrontaron y
dejaron pasar las diferentes etapas de auge económico y liberalización política.
Mientras allí las dictaduras frenaban el progreso, en el occidente de Europa, aunque
con dificultades e inconsecuencia, la socialdemocracia de matriz marxista
ocupaba posiciones políticas y en una convergencia estratégica de facto con los
bolcheviques y los comunistas, junto con la economía perfeccionaban los
sistemas políticos, llegando incluso a los estados de bienestar.
La
fuerza de la Alemania y la Francia de hoy no proceden de las posiciones de la
Merkel y Sarkozy, sino de revoluciones y de estremecimientos políticos que tanto
en 1789, 1848, 1917 como en 1945, impactaron también al resto de Europa. La
bonanza de la posguerra, el progreso económico y político que en Europa siguió
a la derrota del fascismo, incluyendo el vertiginoso avance de la Unión
Soviética y el crecimiento del mercado norteamericano, fueron para España,
Portugal y Grecia, oportunidades virtualmente perdidas.
Al
margen de otros factores y conveniencias geopolíticas asociadas,
simultáneamente a la contención de la presunta “amenaza soviética” y el “desafío
americano”, el hecho de que en proceso de gestación de la unidad europea varios
países del viejo continente estuvieran gobernados por fuerzas políticas realistas
influyó en que se adoptaran políticas inclusivas y tolerantes respecto a España,
Portugal y Grecia.
En
1950 el ministro de asuntos exteriores francés Robert Schumann propuso la unión
del carbón y el acero de Alemania y Francia. En 1956, en la universidad de
Zúrich, Winston Churchill, señaló: “Tenemos que construir una especie de
Estados Unidos de Europa…” En 1957 se firmaron los tratados de Roma para la
Constitución de una Unión Europea que, además de entendimientos políticos y
jurídicos incluyeron la unión aduanera, que dio lugar a la Comunidad Económica
Europea y a políticas comunes en varias áreas. En estos procesos intervinieron Alemania
Occidental, Bélgica,
Francia, Italia, Luxemburgo y los Países
Bajos.
En
1973 Gran Bretaña y Dinamarca entraron en la Comunidad Económica Europea. En
1981, con casi 40 años de atraso lo hizo Grecia y más tarde todavía, en 1986
España y Portugal, cuando eso ocurrió no existían ya las dictaduras de Franco,
Oliveira Salazar ni de los coroneles griegos.
Aunque obviamente en el rápido proceso
de integración de Grecia, España y Portugal a la Unión Europea y a la Zona
Euro, no prevaleció la generosidad, cosa rara en la política y más aun en las
finanzas, hubo altísimas dosis de voluntarismo. De un día para otro aquellos estados
adquirieron una solidez financiera no alcanzable con sus propios recursos y como
por arte de magia sus ciudadanos fueron catapultados a las sociedades de
consumo.
Lo que
ahora ocurre es una combinación de los procesos económicos reales que pasan la
cuenta al voluntarismo y el irresponsable desenfreno del gasto público, el
crédito y el consumo que, varias décadas después, han conducido a inauditos niveles de endeudamiento soberano y privado que ahora no pueden honrar.
La
Europa rica aprendió la lección y ahora, aunque acepta el ingreso de los
parientes pobres de la esfera ex soviética, no les abre la zona Euro. Con la
amenaza de llamar a referéndum, Grecia, una de las tres cenicientas de la Unión
Europea original, puso en crisis el sistema en su conjunto.
Hace
unos meses, el euro parecía la alternativa al monopolio del dólar, hubo países
que creyeron que al cambiar sus reservas de dólares a euros y vender sus
materias primas en la moneda europea adquiría un seguro y ahora, al revender
apresuradamente, perderán millones.
No
obstante, los países que como Grecia fracasen o los recién admitidos, en caso
de expulsión o disolución, pueden optar por convertirse en provincias de
Estados Unidos. El fantasma de Marshall ronda la escena. Millones no faltan y siempre
se pueden imprimir más. Allá nos vemos.
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