POR LA DEMOCRACIA, NO CONTRA LA DEMOCRACIA
Jorge Gómez Barata
En las etapas preindustriales (esclavitud y feudalismo) se gobernaba de
modo directo y arbitrario; entonces no existían instituciones representativas y
la participación era nula. Todo cambió con el advenimiento de la democracia, la
más importante de las categorías políticas cuyo despliegue requiere de la
participación popular para la selección de los gobernantes y los lideres y para
impedir que el poder se acumule en demasía o se ejerza de modo arbitrario.
La democracia y las nociones jurídicas que la acompañan, lo mismo que la
escritura y la aritmética son frutos de la cultura que, aunque son creados en
un momento y lugar determinados, por su naturaleza y proyección rebasan los
límites del espacio y del tiempo para adquirir dimensiones universales.
Tal vez, al definir al liberalismo clásico y con él a las doctrinas
acerca del Estado y el Derecho como elementos de la ideología burguesa, fue un error
del marxismo que como sucedáneo levantó una consigna política que en la Europa
del siglo XX resultó inviable: la dictadura del proletariado.
No por debutar en el mismo período histórico, la democracia y el capitalismo
son la misma cosa. El liberalismo es una filosofía, parte de una concepción
sobre el Estado y el Derecho, que si bien sustentó al régimen instaurado por la
burguesía, lo trasciende. La democracia es eterna, el capitalismo no.
Luchar contra la dictadura de la burguesía no es luchar contra la
democracia sino por la democracia, un ideal de convivencia humana y de
ejercicio del poder que se realiza más plenamente allí donde las mayorías
participan de modo más decisorio y disfrutan de mayor protagonismo; cosa para
lo cual el socialismo, basado en la propiedad y la justicia social ofrece las
mejores posibilidades.
Aunque en 1936-37, con el propósito declarado de democratizar la
sociedad soviética, se adoptó una Constitución que sustituyó a la de 1924 y que
fue a su vez reformada en 1977, en la Unión Soviética la democracia no prosperó
al mismo ritmo que las transformaciones económicas y sociales, creándose
importantes déficit que a la larga contribuyeron a la debacle.
Si bien es cierto que
hechos como la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, condicionaron el desarrollo de los procesos políticos
internos e impidieron el despliegue de un sistema político de nuevo tipo;
también lo es que sobrepasadas aquellas circunstancias, no hubo voluntad para
saldar deudas contraídas con el pueblo y cubrir los déficits de democracia
acumulados. El mal ejemplo fue trasladado a otros países socialistas.
La falta de democracia en la Unión Soviética no afectó sólo a las
instancias superiores del poder, sino que se propagó por todo el organismo
social incluyendo las órganos locales de gobierno y las instituciones sociales,
por medio de las cuales se encausa la participación popular, afectando la
solvencia política y la credibilidad del partido, el Konsomol, los sindicatos y
el resto de las organizaciones en las cuales, la nomenclatura y no las bases
elegían a los lideres.
Aunque ciertas condicionales externas, como son las políticas agresivas
del imperialismo, limitaron el perfeccionamiento del sistema político que pudo
paulatinamente y sucesivamente ampliar los márgenes de la democracia y
desarrollar la calidad de la participación; no hay excusas para que, una vez
derrotada la contrarrevolución y suprimidas las clases explotadoras, se restringieran
los derechos y las libertades del pueblo que respalda el socialismo.
Rosa Luxemburgo, la más esclarecida de las figuras femeninas del
socialismo y la que tuvo el final más trágico lo comprendió a tiempo y lo
advirtió: “Suprimir la democracia burguesa no puede significar suprimir toda la
democracia…” Lamentablemente no fue escuchada. Aquellos polvos trajeron otros
lodos. Allá nos vemos.
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